La pregunta por lo inútil está fuertemente asociada a la literatura, y no solo a su estudio, sentido o uso. Constanza Gutiérrez, en una conversación con otras dos autoras, cuestionaba el mérito de la novela pop en cuanto que “refiere a figuras que no están necesariamente presentes en el texto, transformándose en datos estériles”. (¿Alguien más se paranoiquea con que están hablando de sí mismo cuando hablan de algo que no conoce en un festejo o reunión?). Pienso en esas largas listas de bibliografía, al final de un ensayo donde dialogan diversas fuentes, o esas primeras páginas de los libros donde se nos aclaran los derechos de reproducción y los créditos, las que tan certeramente ficcionara Eggers, de modo de condenar a los que lo hayan leído a jamás volver a omitir esta parte de una novela. En una conversación con Marcelo Montecinos, el editor de Calabaza del Diablo contaba que era hábito suyo el saltarse los paréntesis, y quién no ha jugado alguna vez a volver al principio de un paréntesis más bien largo (para comprobar que se sigue la regla de que ambas sentencias, la del texto principal, y la del paréntesis, coincidan con la siguiente aseveración, o, por el contrario, entorpezcan disgregativamente el flujo de la lectura oral) como exhiben algunos.
En este sentido, si alguien no conoce las canciones de una playlist, por ejemplo de covers, no tiene cómo manifestar interés, no hay una poética de los nombres de canciones tanto como de las canciones mismas, o sus versiones. Un amigo ejemplificaba con el título de canción “Sueño”, que ha dado para todos los estilos a lo largo de la historia de la música. Si expongo a continuación nada más el nombre de las 64 canciones a las que, como Pianopunks, hemos realizado un homenaje, le estoy hablando al público determinado de esos artistas y esos temas, más allá de la calidad de las versiones. Estoy aludiendo a una fanaticada de jueces, concitando que mi banda también tiene los suyos propios, y esperando verlos coincidir o pelearse a botellazo limpio en la escucha.
Pero supongo que el significado de un cover es, ante todo, un compromiso activo o la liviana maestría respecto de una canción favorita; no solo me gusta, sino que la domino y la puedo compartir a un nivel similar al artista que la compuso. En Fahrenheit 451, primero de Bradbury, más tarde de Truffaut y actualmente en versión de Bahrani, se nos invita a memorizar un libro, en caso de que desaparezca, en rigor, a ser un libro condenado a la extinción, que debe traspasarse como herencia para que siga existiendo y siendo “leído”, con la literatura oral como medio último de supervivencia de la literatura en total. El cover, en tanto, formula su propia playlist, como variedad de la memoria y de la supervivencia de la música, y del diálogo colectivo y apropiado por lo social de ese gesto que es un himno.
Hay una operación del cover, similar a la del sample en hip hop, o al remix propio del techno y la pachanga, o, incluso, a las mezclas propias que debe realizar una composición original para constituirse como algo nuevo, al ritmo par de un color nuevo o un estilo nuevo de vestir. Supongo que la distinción puede hallarse, nuevamente, en los medios de cada canción: el propósito de todo cover es tributar de alguna manera con que la canción original existe y sigue presente, y se la puede compartir.
Por su parte, el ejercicio de Los Pianopunks de hacer covers nos devuelve a esta facultad inútil del arte, y en particular de la música y la poesía. Ejecutado sin ningún ánimo de tributar a las bandas, como mucho de recubrirse de su sensualidad o demostrar que la versión nueva es mejor, a veces con cero respeto a la sola idea de la original, además es una lección del olvido más absoluto, porque fueron tocadas y grabadas, pero son irreproductibles excepto por algún riff ensayado las suficientes ocasiones. Sin duda, su razón de ser es la identidad, y dentro de la identidad, la afinidad, de Los Pianopunks consigo mismos, o respecto de sus canciones (favoritas, lamentablemente creadas por alguien más, antes).
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